jueves, 19 de febrero de 2009

María Luisa












María Luisa es una mina muy ilusa, cree todo lo que le dicen. También suele estar siempre melancólica, depresiva y, tiene la facilidad de “colgarse” en cualquier momento y lugar: caminando por la peatonal, en el trabajo, mientras estudia, con amigos. Lo cierto es que cada cuelgue de María Luisa produce una suerte de hipnosis en todo lo que se encuentre a su alrededor. Imagínese toda una cuadra de la peatonal Córdoba paralizada, suspendida en tiempo y espacio; imagínese asimismo a los transeúntes, a los comerciantes perdiendo minutos de la mañana en ese delicioso trance; o piénsese, si se quiere, a María Luisa en el cine o en un boliche. En fin, no hay un sólo cuelgue de María Luisa que no deje a todos con la curiosidad de saber en qué habrá estado pensando durante el mismo.

María Luisa se encontró un día con un viejo amigo, con quien había trabajado en una revista, el cual, tras un par de cervezas, preguntó:

-Che, ¿por qué nunca estuvimos juntos vos y yo?

María Luisa, sintiéndose conmovida al escuchar lo que por muchos años había esperado y a la vez decepcionada después de tanto tiempo, juntó fuerza, tomó aire y le soltó una respuesta:


-No creo que la causa sea muy profunda. Se me ocurren dos alternativas: uno, no podíamos perdernos como compañeros, porque eso era lo importante y lo único que hacía que nos viésemos tan seguido; dos, vos no me querías, porque lo que es por mi… yo te adoraba…

-¿Sí? ¿Cómo es eso?

-Es simple. Un día te saqué del montón de tipejos del mundo para ubicarte en un lugar especial: mi grada de los idealizados. Tuviste ese privilegio durante mucho más tiempo del que te merecías, a mí entender. No puedo idealizar a alguien por mucho tiempo si éste no me provee del material que necesito para hacerlo. Así que después de un tiempo considerable (durante el cual mi alma estuvo bastante atormentada) tuve que actualizar mi grada, y naturalmente, te devolví al montón del cual habías salido.

-Eso es porque no me amabas.

-El amor no es amor al otro en cuanto tal, sino amor a uno mismo y sobre todo amor a la muerte, y vos tenés muy claro esto que te estoy diciendo.

-Sí, ni siquiera estás usando tus propias palabras.

-Claro, uso las palabras de otro para no gastar las mías.


Y no pudo evitar el cuelgue tras divisar, en la pared detrás de su amigo, un pequeño dibujo enmarcado que tuvo el poder suficiente como para evadirla, sin que ella pudiera hacer nada al respecto. Su amigo, que ya conocía los cuelgues de María Luisa y que había pasado por tantos de ellos como para no dejarse hipnotizar, se levantó, pagó las cervezas en la barra y salió del bar sin que ella lo notara.

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